sábado, 29 de noviembre de 2008

¡Alto a la violencia!

¡Cállate!, ¡Lárgate a tu habitación¡ ¡Tráeme la ropa! ¿Le parecen conocidos estos gritos, tan comunes en el diario vivir?A lo mejor usted es víctima de la violencia o maltrato intrafamiliar, y no se ha percatado.

La violencia intrafamiliar o doméstica son aquellos actos violentos que ocurren dentro del hogar, sean físicos o psicológicos y que pueden afectar a más de un miembro de la familia.

Este tipo de violencia no se da solo en pareja, también puede generarse de progenitor a hijo, de hijo a progenitor, entre cónyuges, hermano a hermano, sin importar, género, sexo o edad.

Cuando una persona es víctima de este problema social, muchas veces se vuelve retraída o violenta y son pocos los casos que salen a la luz, por temor a la represalia de nuestro castigador, o por verguenza a los comentarios de la sociedad.

Reconociendo al enemigo

Los principales agresores son aquellas personas que cometen actos violentos contra su conyuge o hijos y son violentos porque no saben querer, comprender y respetar a quienes forman parte de su círculo familiar. En ocasiones se da el caso de que tampoco tiene buenas relaciones con las demás personas que los rodean.

Las principales características del agresor son:
  1. Baja autoestima.
  2. Impulsos incontrolables.
  3. Ausencia de afecto.
  4. Malas relaciones personales.
  5. Generalmente fueron maltratados en su niñez.

Mitigando el dolor

Es común escuchar ¿Quieres que te compre ese juguete o por qué mejor no vamos al cine? !Vámonos de viaje¡ Los invito a todos a comer, o el típico abrazo y cariñitos del día siguiente.


Todos estos son mecanismos compensatorios luego de haber sido víctimas de una agresión física o verbal, es la manera de "reponer" el daño hecho, es la forma de hacerle olvidar al agredido o agredida lo que vivió horas o días antes, es la manera de ocultar los errores y hacer creer a todos quienes los rodean que conviven en un ambiente de amor y paz.

No son malos, tampoco buenos, pero debemos reconocer que con esto aceptamos nuestros errores y el de los demás como parte de nuestra vida cotidiana.

No sigamos el mal ejemplo, resolvamos las cosas de otra manera.

Dejando huellas


La violencia es un círculo vicioso que deja huellas imborrables en los seres humanos que tienen la desgracia de padecerla. Pero a pesar de que este problema parece no tener fin, a lo largo de nuestras vidas, debemos pasar por pruebas que nos ayudan a fortalecer nuestro espìritu.

En aquellos momentos en que nos hemos preguntado ¿Dios, por qué a mí? Recordemos que no es culpa de él, lo que nos sucede, ni del estrés o el trabajo. La responsabilidad de salir a flote y pedir ayuda es sólo de nosotros.

Seamos parte de la solución, no respondamos las agresiones con agresión, resolvamos todo de manera inteligente, mediante el diálogo se puede avanzar mucho e incluso mejorar las relaciones.

Somos los llamados a cambiar el rumbo de nuestra existencia, a luchar por nosotros mismos y si hemos sufrido es mejor pensar que nadie más debe pasar por lo que tu viviste.

La mejor manera de luchar contra los golpes, es denunciando el hecho.
No te calles, no dejes que la violencia te marque.