martes, 25 de noviembre de 2008

Infancia olvidada


Hace mucho tiempo, dos personas muy distintas, que vivían en lugares muy diferentes, se conocieron en medio de una festividad. El flechazo fue instantáneo. Estas dos personas que se dejaron guiar por la emoción del momento, sin tomar en cuenta las consecuencias, decidieron formar una familia, guiados por ese flechazo instantáneo. Un amor que surgió de repente.

Luego de alguno años, fruto de este amor, nació un ser que llegó al mundo sin saber lo que el mundo le tenía preparado. Un niño alegre, que soñaba con sus juguetes y derrochaba amor, fue testigo de cómo el alcohol consumía a su padre, y que los efectos del mismo se reflejaban en los golpes en el cuerpo de su madre.

Gritos, discusiones, peleas, intentos de asesinato, y toda clase de maltratos pasaron frente a los ojos de un niño de apenas cinco años. Cinco años en los que se sentaba en una esquina a llorar, pidiendo a Dios que pare todo lo que le acontecía.
Pero el inexorable paso del tiempo y las vivencias de este problema, dejaron huellas en este niño que fue creciendo en un ambiente donde nunca conoció el amor de sus padres.

De adolescente, vivió con su madre, quien en reiteradas ocasiones, utilizó su cuerpo para descargar su furia a través de los golpes. Situación que era repetida por otros miembros de su familia.
Cuando visitaba a su padre, quien luego de separarse de su mamá, se casó nuevamente, la historia era igual. Solo que el maltrato ahora lo recibía él.

¿Cómo puede un ser humano resistir tanto? El dolor de aquel joven que empezó a buscar refugio en el alcohol, el cigarrillo, las mujeres e incluso las drogas, era tan fuerte que lo hizo renegar de Dios, el ser supremo que nos dió la vida.

En medio de aquella incertidumbre, en esa etapa de nuestras vidas en la que más necesitamos de la guía de nuestros padres, Dios escuchó los ruegos de su niño, y lo hizo acercarse a una persona que le mostraría el verdadero amor de padre y madre que jamás sintió hasta sus entonces 17 años.

Su abuela paterna, una señora de edad que desde ese instante lo adoptó como a su hijo, lo ayudó a seguir por el camino correcto. Una mujer tajante, de espíritu fuerte, que lo ha apoyado incondicionalmente y que ha estado en cada paso que ha dado.

Ahora luego de 25 años del inicio de esta historia, los padres de este niño de cinco años, formaron sus propias familias, con hijos a los que cada día les demuestran su afecto, su apoyo y el interés que jamás sintieron por el ser que nació en aquella época en la que se juraron amor.

Él creció solo, con un vacío que hasta ahora no ha llenado, con un resentimiento y un dolor tan grande, que el nudo que se hace en su garganta cada vez que a su mente regresan todos los recuerdos, lo deja mudo de impotencia.

La violencia intrafamiliar marcó mi vida, destruyó mi familia, me quitó a mis padres. Me dejó huérfano. Me quitó la ilusión de aquella niñez, en la que sales con tus padres al parque. La guía de la adolescencia, en la que te explican los cambios que están ocurriendo, y el apoyo de la adultez que siempre necesitamos.

La violencia dentro de lo que alguna vez fue mi hogar, no solo me marcó, dejó una cicatriz tan grande en mi alma que aún no cierra.

No permitas que tus hijos, hermanos, padres, amigos o cualquier ser querido sufra esta experiencia. Hay vivencias que son mejor no experimentar.

¡No te calles, lucha contra los golpes¡

1 comentarios:

Carlos Alberto Samaniego Torres dijo...

Gracias por compartir tu historia de vida con tus lectores...

Saludos Cordiales

Carlos